Por Diana Lenton
En los últimos días nos enteramos de que el gobierno de Javier Milei resolvió desempolvar el nombre de “Día de la Raza” para anunciar las actividades y publicaciones oficiales referentes al Día del Respeto por la Diversidad Cultural. Esta conmemoración, sin embargo, está así definida desde 2007, y establecida en el Decreto 1584/10, que sigue vigente. La manía gubernamental de ignorar la ley y los consensos previos desconoce su continuidad en las celebraciones escolares y en la mayor parte del discurso público.
Desde hace décadas, el 12 de octubre, aniversario del avistaje de la costa de Guanahani por un marinero sevillano, es uno de los feriados más controvertidos del calendario escolar y laboral. Símbolo de una persistente colonización cultural, su nombre y su sentido fueron modificándose al paso de los debates sobre el rol histórico y presente de diferentes sectores que componen la nacionalidad.

Le debemos al presidente Hipólito Yrigoyen la disposición de la celebración oficial del Descubrimiento de América, mediante el decreto 7112/1917 que dispone la instauración del 12 de octubre entre los días festivos. En los considerandos, el texto del decreto reconoce la influencia en su inspiración de la Asociación Patriótica Española, una organización local, y abunda en enunciados de exagerada exaltación de lo que define como “el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la humanidad a través de los tiempos”, que “no quedó circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que la consolidó con la conquista, empresa ésta tan ardua y ciclópea que no tiene términos posibles de comparación en los anales de todos los pueblos”. La valoración desmedida de los hechos, lejos de intentar una comprensión históricamente fundada, busca la totalidad de la causa en una supuesta excepcionalidad hispana: “el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales” y también “la levadura de su sangre y la armonía de su lengua” junto con “el genio de Colón”. Concluye afirmando la decisión de “afirmar y mantener” esta “herencia inmortal” … pero no menciona el término “raza”.
Sin embargo, el feriado quedó identificado, poco después, y a medida que crecían en el país las posiciones políticas más conservadoras, con el “Día de la Raza”. De hecho, para la ocasión se estrenó un “Himno a la Raza” que fue parte de los actos en el Teatro Colón. En España se había comenzado a celebrar la “Fiesta de la Raza” desde 1914, que en 1918 se convirtió en “Fiesta Nacional de España”. Los fundamentos de las decisiones tomadas en España reconocieron la influencia argentina en una primera celebración realizada en 1915 en la Casa Argentina en Málaga, en la recuperación del concepto de Hispanidad en un artículo de Miguel de Unamuno en 1910 en el diario porteño La Razón, y en el decreto de Yrigoyen de 1917. A partir de 1958 se convierte en “Día de la Hispanidad”. Otros países hispanoamericanos habían precedido o se unieron luego con iniciativas similares; en Montevideo, en la década de 1930 se creó la bandera de la Raza, que contenía tres cruces similares a las que portaban las carabelas, sobre un sol naciente. Esta bandera fue adoptada en algunos países; en México llegó a ser jurada en las escuelas.
La recuperación nostálgica de un “alma hispana” despojada de toda negatividad había comenzado algunos años antes -después de más de medio siglo de identificación de lo hispano con el atraso, y de búsqueda de acercamiento cultural, institucional y biopolítico a los países del norte europeo-, por el rechazo a la injerencia brutal de los Estados Unidos de América, más que a la británica, en el desarrollo de las jóvenes repúblicas. En marzo de 1900, por un decreto del presidente Julio A. Roca, se recortaron del Himno argentino las estrofas más elocuentes, para evitar la “ofensa [a] millares de españoles que comparten nuestra existencia”. En medio del proceso de acercamiento a España sobrevinieron los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, en los que las celebraciones oficiales redundaron en la celebración de la Conquista, dado que el foco estaba puesto, en realidad, en la promoción de la nación como ejemplo de civilización cristiana y como destino europeo.
Los festejos del IV Centenario del “Descubrimiento” fueron en las ex-colonias -incluyendo a los EE.UU.- tanto o más fastuosas que en la península, y también en ellos se amalgamó el relato sobre la empresa imperial con la celebración del nuevo orden establecido tras la segunda revolución industrial.
Por otra parte, a medida que avanzaba el nuevo siglo se dedicó más espacio a la teoría de la “leyenda negra”, una muestra magistral de negación histórica y de manipulación política, que desde la publicación en Madrid del libro de Julián Juderías “La leyenda negra y la verdad histórica: contribución al estudio del concepto de España en Europa, de las causas de este concepto y de la tolerancia religiosa y política en los países civilizados” en 1914, sigue prestando argumentos al negacionismo y a la victimización de los herederos de los invasores, y es recuperado acríticamente por variados pensamientos políticos aun en la actualidad.
Toda esta inflamación hispanista atravesó el discurso de los sectores más conservadores y también otros más populares, y contradictoriamente se justificó desde posturas nacionalistas como resistencia al avance anglosajón y especialmente norteamericano. En efecto, las argumentaciones no presentan una oposición de lo hispano contra lo indígena; las referencias a la “raza hispana” no la oponen a los pueblos americanos sino a un conglomerado que integran lo anglosajón, pero también lo extranjero en general y lo “cosmopolita” representado en la cultura urbana. El hispanismo en Argentina es siempre conservador y excluyente, porque elige los símbolos de lo más reaccionario del feudalismo y/o la monarquía española, aun cuando sea desde un discurso nacionalista que se diga popular. No recupera las expresiones de las Cortes liberales ni de los antifascistas, ni mucho menos, las luchas de los trabajadores inmigrantes españoles y su aporte a la expansión de derechos en nuestro país. De hecho, debe tenerse en cuenta que el conflicto al que temía el gobierno de Yrigoyen en 1917 no era solo la presión yanqui para que el país abandonara su neutralidad respecto de la guerra europea, sino en el frente interno, la protesta obrera -que reprimió salvajemente en la Semana Trágica y luego en la Patagonia- y la expansión de las ideas triunfantes en Rusia ese mismo año.
Volviendo a las celebraciones del 12 de octubre, a pesar de que se trata de la fecha de inicio de la invasión europea, la imagen predominante es la de una España que avanza con una tarea “ciclópea” de conquista en un continente en el que pareciera que su único contrincante es el anglosajón. Es importante remarcar esta cuestión, porque, contra lo que argumentan los defensores de estas celebraciones, que postulan que la glorificación de la conquista española no postula un ideario racista porque (a veces) no maltrata explícitamente a los pueblos originarios, precisamente en nuestro país la base del racismo institucional se apoya en la desaparición discursiva que completa simbólicamente el exterminio físico. Desde la presentación de las campañas genocidas como Conquista del Desierto, hasta la casi invisibilización de la historia y el presente indígena en los planes de estudio de todos los niveles educativos, pasando en la actualidad por el ninguneo de las propuestas y la realidad cotidiana de los pueblos originarios en los medios de comunicación y en los ámbitos políticos, el discurso supremacista no requiere maltratar explícitamente a quienes redujo y unificó bajo el colectivo de “indios”, porque su inferioridad, y más aún, el carácter superfluo de su existencia ya se dieron por sentados.
A partir de la década del ’40 la celebración aumenta su carácter oficial y formal. Corresponde además al contexto global del período de mayor auge del racismo como pseudociencia y como inspiración de las expresiones y decisiones políticas.
Durante las décadas siguientes, el discurso hegemónico sobre la cuestión se expresó principalmente a través de su ritual escolar. Dramatizaciones con infaltables plumas y catalejos, cuadernos y carpetas engalanados con la ilustración propicia, revistas infantiles que traían todo lo necesario para la tarea repetida a través de los años, superaban y eludían su tratamiento en debates adultos.
Si bien la celebración del “Día de la Raza” no estuvo exenta de críticas desde el principio -un editorial de la revista América Indígena del Instituto Indigenista Interamericano, ya en 1945 cuestionaba los criterios de celebración del 12 de Octubre a lo largo del continente-, fue durante la década de 1990 cuando se produjo el surgimiento de una manifestación creciente y pública de repudio al festejo y a los procesos históricos a los que el mismo refiere.
Un hito en esta cuestión es 1992, cuando las celebraciones del V Centenario del Descubrimiento involucraron una importante inversión económica y simbólica por parte del estado nacional para convocar a la ciudadanía a una celebración de la modernidad neoliberal globalizada. La nostalgia por la hispanidad, empero, se había transformado en reivindicación del origen inmigrante (europeo). Algunos intelectuales, como Juan J. Sebreli en El asedio a la modernidad, contribuyeron por esos años a la identificación de lo europeo con la racionalidad, el liberalismo, la tolerancia y el futuro, y de lo indígena con lo irracional, la superstición, el atavismo y el pasado.
El gobierno del presidente Carlos Menem concibió la conmemoración como una vía para el posicionamiento simbólico de la Argentina en el Primer Mundo. La Expo-América ’92, ubicada en el nuevo Puerto Madero, fetiche del gobierno neoliberal en la Capital Federal, aunó instalaciones monumentales conmemorativas de las carabelas y las ciudades españolas con algunas muestras más elementales de las sociedades precolombinas y stands publicitarios de empresas adictas. Tal como sucediera en ocasión de la conmemoración del Centenario de la Conquista del Desierto impulsada por la Dictadura en 1979, en 1992 gran parte del arco empresario y financiero se sumó jubilosamente, en la capital del país y en las provincias, para solventar la exaltación triunfalista y obscena de la destrucción del mundo precolombino. A la vez, se presentó durante la Expo-América 92 la base de datos virtual sobre la inmigración europea de fines del siglo XIX, que informa a los ciudadanos interesados en qué barco o desde qué puerto partieron sus ancestros europeos, reafirmando la continuidad entre la celebración de la llegada de Colón y la de la europeidad de una nación que dice descender de los barcos.
Pese a todo, y a tono con una tendencia internacional, el gobierno menemista no dejó de registrar las voces críticas sobre la invasión europea, y pretendió eludirlas rebautizando oficialmente a la fecha como “Encuentro de dos culturas”. Esta denominación fue duramente criticada desde diferentes espacios de la academia, la cultura y la militancia. Desde las organizaciones de activismo de los pueblos originarios se repudió el eufemismo con tanta contundencia como habían criticado con anterioridad la celebración de la Raza. Un referente del Centro Kolla, Asunción Ontiveros Yulquila, definió al “encuentro de culturas” como una violación, reclamando que se identificara a la mal llamada “Madre Patria” como al “padre violador” de la madre americana. Mientras tanto, numerosas organizaciones políticas y sociales a lo largo del continente apoyaban la campaña, liderada entre otros por Adolfo Pérez Esquivel, a favor del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Rigoberta Menchú Tum, que finalmente se concretó el 10 de diciembre de 1992.
En esa sintonía, León Gieco compuso Cinco siglos igual; Hugo Giménez Agüero, ¿Quinientos años de qué?; y los Fabulosos Cadillacs V Centenario, entre otros, precedidos unos años por Víctor Heredia con Taki Ongoy; mientras Oski y Luis Felipe Noé denunciaban a través de la gráfica.
La consecuencia no deseada de la fiesta de 1992 fue la popularización de los contrafestejos, que venían proponiendo al 11 de octubre como fecha de celebración de un “último día de soberanía indoamericana”, o “primer día de la resistencia”, entre otras denominaciones. Estos contrafestejos, tras la consigna “¡Nada que festejar!”, se visibilizan especialmente en las vigilias nocturnas en diversos espacios urbanos de relevancia simbólica y a veces religiosa -en la ciudad de Buenos Aires, se congregan en la Plaza de los Dos Congresos, el Parque Los Andes, la costa del río y la Huaca del Parque Avellaneda, entre otros- y en la participación protagónica de bandas de sikuris en las marchas e intervenciones.
La sumatoria de expresiones crecientes de repudio al festejo del “descubrimiento” y la “conquista”, más los cambios de paradigma político sucedidos tras la recuperación de la democracia y la vigencia de los derechos humanos, así como el ejemplo de otras naciones como Venezuela, que desde 2002 instituye el 12 de octubre como Día de la Resistencia Indígena, prepararon el terreno para que en 2007 el gobierno argentino sustituyera la celebración del “Día de la Raza” por el “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”. El proyecto se originó en el INADI y fue convalidado tres años después por el Decreto N° 1584/10. Poco antes, el Plan Nacional Contra la Discriminación de 2004 había establecido, entre las Medidas de Acción Inmediata recomendadas a la Administración Pública, que el 12 de octubre sea un “día de reflexión histórica y diálogo intercultural”.
La modificación del nombre de la efeméride resultó insuficiente y contradictoria, dado que no dejó de mantenerse la fecha relativa a un episodio de conquista con nada que ver con el respeto a la diversidad cultural. Sin embargo, el reemplazo terminológico habilitó, en el caso de la comunidad educativa, a propiciar debates y posicionamientos diversos, diferenciando esta efeméride de otras que a lo largo del calendario escolar permanecen inmutables. La recuperación de los conceptos de diversidad e interculturalidad, aún con falencias y faltas de profundidad, ponen el foco en la relación positiva y solidaria entre personas y en el resultado de un proceso histórico, en lugar de la defensa de una herencia excluyente y pretendidamente superior a la que aludía el festejo de la Raza.
Más allá de los cambios terminológicos, lo que sigue afuera de la agenda política es la discusión y el reconocimiento del racismo estructural en el país y en el presente. La reflexión bienintencionada sobre la diversidad cultural y la interculturalidad puede rebosar de inclinaciones positivas y buenos proyectos, pero es estéril si no se funda en la problemática del racismo, causa y efecto del genocidio.
Actualmente está fuera de toda discusión el carácter anticientífico y antiético de cualquier pretensión de aplicación de un criterio racial de clasificación o ponderación de los seres humanos. Anticientífico, no sólo porque la raza no es un criterio válido de clasificación de la biología intrahumana, ya que todos los homo sapiens somos de una misma raza, sino porque propone una definición estática y homogénea de los caracteres fenotípicos seleccionados arbitrariamente para validar la pertenencia a grupos, ignorando las infinitas hibridaciones y diversidades internas. Antiético, porque a partir de una construcción interesada disfrazada con una falsa retórica cientificista, pretende amalgamar caracteres biológicos con capacidades intelectuales, afinidades políticas e inclinaciones morales, aprovechando la desventaja hegemónica de otros grupos humanos para anticipar y disponer su destino. Hasta el presente, las referencias a la “raza” no han servido para conocer mejor a los seres humanos ni para promover mejoras en sus condiciones de existencia, sino para legitimar discriminaciones, genocidios, explotación, persecuciones, privación material y territorial, esclavitud y deportaciones.
Por todas estas razones, la recuperación del nombre de Día de la Raza para las comunicaciones oficiales del gobierno es evidentemente una provocación que, como otras, pretende ser un ejemplo de disrupción y librepensamiento mientras encubre una grave dosis de ignorancia. Además de su falta de apego a la ley -ya que, como dijimos al comienzo, no hubo un cambio legislativo que avale el regreso a la denominación anterior a 2010-, es altamente improbable que quienes hoy gobiernan conozcan y, menos aún, compartan, la intención de resistencia contra el avance estadounidense que promovió la exaltación hispanista en 1917. Mucho menos, la afinidad con lo provinciano, lo rural y lo católico que derivaban de ese movimiento. La recuperación del término de “Raza” por parte del actual gobierno tiene por objeto, sencillamente, la reinstalación del pensamiento racista como parte de su agenda ideológica, y esta vez sí, teniendo por objeto de confrontación a los pueblos originarios. El mileísmo explicita permanentemente su odio a los pueblos indígenas, por varias razones. En primer lugar, porque es antipopular en general, y porque se ensaña con los colectivos que han visto reconocido algún derecho en los años anteriores. Por otra parte, porque la presencia indígena expone la posibilidad exitosa de formas de existencia por fuera del dogma neoliberal. El Buen Vivir, lejos de ser una declamación romántica, es la resistencia activa a la dependencia económica, política y simbólica de los amos del mercado. En consecuencia, el proyecto de país atado a los diseños extractivistas encuentra su mayor obstáculo en la conciencia originaria. No es de extrañar que, entre los primeros actos de este gobierno, se encuentre el desfinanciamiento del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, el cierre del Instituto Nacional contra la Discriminación, la derogación de la Ley 26.160 de Relevamiento territorial, además de la suspensión de toda política pública de apoyo directo o indirecto a los colectivos indígenas. La defensa de la tierra y el territorio pasó a ser considerado acto de terrorismo y, como ya había sucedido durante la presidencia de Mauricio Macri, las políticas indigenistas se convirtieron -de hecho- en competencias del Ministerio de Seguridad.
Mientras escribo estas líneas, se dio a conocer el video institucional de la Presidencia, desde la cuenta de X “Casa Rosada”. En el mismo, junto a una gráfica basada en dibujos intencionadamente básicos, con cierta reminiscencia de manual escolar, se concentra el relato en la glorificación de Colón, acompañado de una banda de sonido que combina guitarra y castañuelas con sonidos de oleaje y de tormenta. Al referirse a los pueblos precolombinos, la banda musical cambia por sonidos desarticulados de silbidos, gritos de dolor, rugidos y un fondo de tambores desenfrenados. La mirada del gobierno sobre estos pueblos y su intento de legitimación de la invasión se explicita con estas palabras: “Al arribar encontró pueblos enfrentados, y costumbres que incluían rituales sangrientos, señales de un mundo sumido en la barbarie” -nada que no pueda aplicarse al Viejo Mundo-. En lo que resta del video, se repite varias veces las palabras orden, civilización, progreso, y su antítesis, el “caos”.
También se difundió el video institucional del canal estatal para el público infantil, Pakapaka, centrado asimismo en la figura de Colón, pero con más datos, e ilustraciones más realistas realizadas con inteligencia artificial. Ambos videos pueden considerarse racistas; el segundo, por ejemplo, afirma la herencia hispana para todas nuestras costumbres, incluida “la gastronomía” traída por los españoles, aunque la ilustración muestra, por ejemplo, tomates, ajíes y morrones, que como sabemos, son un producto de la cultura agrícola americana. En el mismo estilo elíptico que mencionamos para la fundamentación del feriado en 1917, la propuesta elimina los rasgos culturales precolombinos, al punto de ignorar, por ejemplo, la contribución americana a la gastronomía europea. Más allá de la posibilidad de que se trate de simple ignorancia, la práctica permanente de invisibilización de la presencia física y cultural indígena es una de las formas más sólidas del racismo local.
A pesar de que no es la primera muestra de desapego a la ética comunicativa por parte de este gobierno, el video de Casa Rosada llamó ampliamente la atención por su racismo desembozado, además de su debilidad conceptual. Más allá de las inexactitudes y las valoraciones que no resisten ningún análisis, el texto sorprende por su negatividad y su violenta desafectación de todos los consensos y avances de las últimas décadas. Es un producto que completa y explicita el mensaje iniciado con el cambio de nombre para la celebración. En ese sentido, el retorno a expresiones correspondientes a etapas anteriores no debe interpretarse como la búsqueda de un sistema discursivo afín -que no ocurriría, como vimos, con el que inspiró la creación del feriado-. El retroceso en sí mismo es el mensaje, y es parte de la exhibición del poder de los “topos” que sueñan con destruir los avances de la ciudadanía. Por eso, se hace más necesaria que nunca la constancia en la discusión crítica de la violencia simbólica promovida por los gobiernos en beneficio de los proyectos neoliberales.
Diana Lenton es docente del Departamento de Ciencias Antropológicas e Investigadora Independiente del CONICET en el Instituto de Ciencias Antropológicas de esta Facultad. Dirige el proyecto UBACYT Memorias, resistencias y agencias políticas de comunidades y colectivos indígenas: trayectorias en contextos post genocidas.
OpenEdition le sugiere que cite este post de la siguiente manera:
Diana Lenton (13 de octubre de 2025). Acerca de la insistencia en la celebración de la raza. Diarios de campo. Recuperado 15 de octubre de 2025 de https://diarios.hypotheses.org/703